Barto era un amigo mío. (...) Era un hombre bueno, amable, cariñoso, seco. Porque se puede ser seco y cariñoso. Por lo menos, Barto lo demostraba continuamente.
Todo lo veía desde un punto de vista positivo. Un día vino a cenar a mi casa. Estábamos tomando un aperitivo y los niños venían a despedirse. Yo les daba un beso y les decía: “A la cama”. Y ellos, muy obedientes, se iban.
Dos minutos más tarde, volvían a aparecer. Ya sabéis: querían agua, pis, les picaba un pie, un hermano les molestaba…
Yo, entonces, les volvía a decir, en un tono ligeramente más alto: “¡A la cama!” Volvían a irse. Volvían a volver: el del agua ahora quería pis, el que le picaba un pie ahora quería agua, etc. “¡¡A la cama!!” (esta vez con dos admiraciones.) Y se volvían a ir. A la cuarta vez que volvieron, dije: “¡Qué niños más desobedientes!” Y Barto dijo: “No son desobedientes. Obedecen muchas veces”.
Todo lo veía desde un punto de vista positivo. Un día vino a cenar a mi casa. Estábamos tomando un aperitivo y los niños venían a despedirse. Yo les daba un beso y les decía: “A la cama”. Y ellos, muy obedientes, se iban.
Dos minutos más tarde, volvían a aparecer. Ya sabéis: querían agua, pis, les picaba un pie, un hermano les molestaba…
Yo, entonces, les volvía a decir, en un tono ligeramente más alto: “¡A la cama!” Volvían a irse. Volvían a volver: el del agua ahora quería pis, el que le picaba un pie ahora quería agua, etc. “¡¡A la cama!!” (esta vez con dos admiraciones.) Y se volvían a ir. A la cuarta vez que volvieron, dije: “¡Qué niños más desobedientes!” Y Barto dijo: “No son desobedientes. Obedecen muchas veces”.
(Me he reído mucho con este artículo, sólo al imaginarme la escena... y es que, además, este señor tiene ¡¡12 hijos!! )